martes, 26 de febrero de 2013

Escena I

Se sentó frente a mi, con esa mirada ausente que lleva casi siempre. No pude evitar verla, llevaba una blusa que jamás le había visto, color blanco, el contraste perfecto con su cabello negro, y sus profundos ojos oscuros.
Un hombro desnudo invitaba siempre a desear su piel, la miré tan detenidamente que puedo jurar que la besé, como tantas veces ya lo había imaginado.
Odio cuando se toma la molestia de arreglarse un poco, porque entonces no puedo ser discreta, no puedo dejar de verla.
Apagan las luces y el proyector se enciende, la profesora habla en un idioma que no comprendo porque no la escucho y la ignoro, sus palabras son tan efímeras para mi que lo único que puedo retener es la imagen de esa mujer, con esa blusa blanca que me prendió la imaginación, entonces me digo que no debo de ser tan estúpida que hay más de 20 personas en el salón y debo de comportarme.
Bajo la mirada y hago garabatos en un post-it, yo y mi adicción a esos pequeños trozos de papel de colores con un poco de pegamento, entonces me doy cuenta de que necesito plasmarla, es mi única fuga para no enloquecer. Comienzo a escribir en una libreta cualquiera, y la hago verso, prosa, ideas, la voy desvistiendo con palabras, y entre tantas letras me sumergo, porque la siento de una manera inalcanzable, ajena.
Entonces me detengo, siento el golpe de su mirada que es como un látigo que me golpea todo el cuerpo, porque nunca sé lo que está pensando. Sus profundos ojos negros son un abismo que me aterran y al mismo tiempo siento el vértigo de querer lanzarme al vacío en ellos.
Con el dedo índice en su sien y el pulgar en su barbilla, con la cabeza inclinada y esa coleta en el cabello que la hace ver como si fuera una niña, indefensa, cruel, me tortura con su mirada. Pero esa postura de ternura nada tiene que ver con el relámpago que es su intensidad, la miro directamente a los ojos, con esa expresión que no dice nada y dice siempre todo. Una mezcla de emociones que no logro controlar. Son segundos, un momento que me parece una eternidad.
La energía que de ella emana me paraliza, y entonces siempre tengo miedo de que piense que soy una estúpida.
Sigo escribiendo e intento ignorarla, en realidad nunca lo he hecho, la conozco más de lo que se imagina, leo sus movimientos, su expresión corporal, lo único que no se leer es su mirada, es como si la conociera y todos los días fuera otra, una mujer que jamás he visto en la vida.
Pero justamente ese día tenía que verse jodidamente hermosa, tanto que me daban ganas de violar el pacto silencioso de alejarnos, de sernos indiferentes. Entonces todos los reclamos llegan a mi mente, y todas las preguntas no resueltas y los por qués insensatos que me llenan de una profunda melancolía se alborotan.
Ahí en medio de todos mis impulsos se detienen, se controlan, porque sé perfectamente que no puedo hacer nada, más que callar, desear y seguir imaginando, siempre he intentado controlar mi imaginación cuando de ella se trata, es una culpa no cometida, un arrepentimiento adquirido.
¿Qué estará pensando? si pudiese responder a esa pregunta!
Entonces la miro, se pasa las manos por la cara, se queja, siempre se queja, hace gestos, suspira, suspira... ¿cuántos suspiros sin remedio, sin respuestas, sin anhelo?... Intento permanecer impasible, quieta, siento que si respiro me haré mil pedazos, trago saliva para intentar deshacer el nudo en mi garganta ¡lo que causa con una mirada! pero no puedo, encierro nuevamente mis sentimientos, hago trizas mis pensamientos, ¿cuánto durará? me pregunto, ¿algún día me volverá a hablar, de frente? lo ignoro. No tiene caso seguirse atormentando, pero día a día la escena se repite, llega con su aire indiferente, con una nube negra sobre la cabeza, ríe, no sonríe, no tiene ese brillo en los ojos encendido, simplemente la miro, camina, pasa, va de un lado a otro cuando lo necesita, se aleja, se acerca, siempre a todos menos a ella misma.
Y yo mirándola, jugando a tener una vida, jugando a no conocerla, jugando a no saberla, mordiéndome las ganas de hablarle, de abrazarla, de poder tocarla si quiera.

Pero la escena se repite... aún a la fecha.


A. Minor

No hay comentarios:

Publicar un comentario