viernes, 28 de diciembre de 2012

Atrevimiento.

Le robé fuerza a mis miedos y me atreví a besarla ¡qué importaba si me aventaba, golpeaba, maldecía o escupía! ¿Qué importaba si jamás me volvía a hablar?
... Haber probado sus labios todo lo valía...
Así que con la fuerza del miedo que mantiene un amor oculto, así la besé,
me arrojé con impulso golpeando suavemente sus labios mientras ella terminaba de decir no sé que cosa.

Pero no, no me aventó, golpeó, gritó o escupió. Primero abrió los ojos sorprendentemente y luego se relajó, se dejó ir en el vaivén de la suave intensidad con que la besaba.

Fue entonces cuando comencé a sentir como mi ser se elevaba y nos miramos juntas, abrazadas, besándonos, como si el mundo se nos fuera en ese beso. Y seguí elevándome; y vi la calle, los colores de la tarde, sentí el aire, vi la ciudad, hasta llegar a las nubes blancas y comencé a brincar como un ángel sobre ellas. 
Entonces, ella me mordió...

Y fui cayendo rápidamente del paraíso donde me encontraba, para descender bajo la tierra húmeda; y hundirme en el calor mismo del infierno, allí, mientras ella me besaba yo ardía en miles de fuegos.

Cuando abrí los ojos y la vi sonriendo. Lo entendí. Aquella mujer despertaba en mi el cielo y el infierno, ambas partes al mismo tiempo y en un equilibrio perfecto.




Airy Minor.

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